Si, yo fui la hermana mayor, la encargada de cuidar a los demás hijos e hijas de mamá, aunque aún no estaba preparada. Mi madre decía que me vendría bien el entrenamiento para cuando tuviera mis propios hijos, claro que obviaba quién se beneficiaba realmente con esa delegación. Decía que eso conseguiría que estuviéramos unidos qué fuéramos una «piña». Y sí había piñas, pero no de las que ella nombraba.
A veces los celos hacían su aparición, en el lugar más inesperado: mamá. Su orgullo no soportaba que sus propios hijos prefirieran mi «experiencia» a la suya. En esas ocasiones recibía serios castigos, por cumplir sus órdenes. Otras veces eran mis hermanos y hermanas quiénes se daban cuenta que yo tenía el mismo estatus, y por lo tanto no hacían caso (tú no eres mi madre). También esas veces el castigo venía a mi, de parte de padre o madre, preocupados por los peligros que pasaron sus hijos y que yo, «la responsable», no les protegí.
Nadie me protegió de la culpa cuando me equivocaba, la que yo sentía y la que mis progenitores descargaban. Para mis hermanos y hermanas yo era la privilegiada, porque me quedaba de encargada. Y también quién tenía que resolver lo que ellos no podían, sólo que nadie me enseñó como hacerlo, por lo tanto no sabía. Me perdí la etapa de niña, yo tenía que ser la adulta, independientemente de mi edad. Jugaba cómo duermen los gatos, con un ojo abierto y el otro cerrado. Siempre atenta a que mis hermanos y hermanas estuvieran bien. Mientras mi madre y mi padre se dedicaban a otro menester.
Cuando tuve mis propios hijos mis hermanos seguían esperando de mí un papel que yo no podía cumplir. Estaban acostumbradas a la hermana-mamá y aunque yo me había ido de casa, la memoria y el hábito continuaban. La frustración me invadía, cuando incluso mi madre o mi padre pretendían que pusiera por delante a mis hermanos que a mi propia hija. Para mi madre yo no era una hija igual a las otras, sino su empleada, o quizá su esclava. Y si desobedecía, por supuesto, era mala. Y lo peor era sentirme yo así, internamente darles la razón, y dejar siempre vacío mi lugar como hija.
Unos años de terapia y crecimiento me ayudaron a ocupar mi lugar, en muchos casos a pesar de las personas que supuestamente más me querían. Algunas hasta dejaron de hablar conmigo, porque les había fallado. Acepté que para esas personas, tal vez nunca existiría como hija o como hermana, sino como madre. Puedo entenderlos, porque también para mí llevó un largo tiempo reconocer mi verdadero lugar.
Tal vez estés leyendo esto, y te identifiques con las emociones, pensamientos y sentimientos. Pero seas el/la menor de tus hermanas y hermanos, o tal vez el de en medio. Este artículo no habla de la edad sino del rol que ocupaste en tu familia de origen. Si eres madre o padre y lo estás leyendo, puede que caigas en el otro extremo, y trates de impedir que alguno de tus hijos cuide de los otros. Cuando un niño cuida de otro niño, necesita saber que hay un adulto o adulta responsable. Qué en ese momento imita y aprende pero no sustituye a los padres. Además siempre habrá alguien que le ayudará a resolver un conflicto, sea del tipo que sea. De no ser así, propiciaremos que tanto el menor que ocupa el rol de padre o madre, como los hermanos y hermanas se sientan solos y desprotegidos.
Teresa García.